Comentario
Una fiesta grandísima
La fiesta que con más sacrificados solemnizan en México era de cincuenta y dos en cincuenta y dos años, y como a día de grandísima santidad, venían a ella de diez y de veinte leguas de distancia los que no la celebraban en sus pueblos. Mandaba el achcahutli mayor que matasen con agua todos los fuegos de los templos y casas, sin quedar una sola brizna, y también aquel gran brasero del dios de masa, que nunca se moría; que si moría, mataban al religioso que tenía encargo de atizarlo, sobre el mismo brasero. Este matar de fuegos lo hacían la última tarde de los cincuenta y dos años. Iban muchos tlamacazques de Vitcilopuchtli a Iztacpalapan, dos leguas de México. Subían a un templo que está en el serrejón Vixachtla, a quien Moctezuma tuvo grandísima devoción; y después de medianoche, ya que comenzaba día, año y tiempo nuevo, sacaban lumbre de tlecuahuitl, que es palo de fuego, y la sacaban con un palillo como lanzadera, metido de punta por entre dos leños secos, atados juntos y echados en el suelo, y traído a la redonda muy de prisa como taladro. Aquel mucho mecer y frotar causa tanto calor, que se encienden los leños. Sacada, pues, la nueva lumbre, y hechas todas las otras ceremonias que se requieren y usan, volvían aquellos sacerdotes a México corriendo con los tizones o ascuas; las ponían delante del altar de Vitcilopuchtli con mucha reverencia, hacían gran fuego, sacrificaban un cautivo en guerra, con cuya sangre rociaba el sacerdote mayor el nuevo fuego, a manera de bendición. Tras esto llegaban todos, y cada uno llevaba lumbre a su casa, y los forasteros a sus pueblos. Luego, en siendo día, sacrificaban en el lugar acostumbrado y con los ritos que suelen, cuatrocientos esclavos y cautivos, si los había de guerra, y se los comían.